En la deriva autodestructiva en la que vive el París Saint Germain, al que se le está haciendo eterna la temporada por mucho que tenga ya a la vista el consuelo final del título de la Ligue 1, no hay ni un solo encuentro ya sin sobresaltos, como los que sufrió este domingo contra el Lorient, al que entregó dos goles, con el que se expulsó Achraf Hakimi en el minuto 20 y con el que cayó sin coartada en su casa por 1-3.
No tiene mucho sentido cómo actúa el equipo parisino, superior a todos y cada uno de sus adversarios a lo largo de la competición francesa, provisto en su plantilla de futbolistas deseados por los mejores de Europa, dotado de un músculo financiero impresionante en el fútbol actual, a punto de ganar un nuevo campeonato, pero constantemente imprevisible, sin la tensión, la concentración y la rigurosidad en cada lance que exige la competición.
Las individualidades marcan su equipo por encima del colectivo. Tan concluyente siempre, cuando se trata de Mbappe, Messi o cualquier jugador de los muchos que dispone para marcar la diferencia en cualquier instante, también es víctima de ello, este domingo del doble despropósito de Achraf Hakimi; un fenomenal lateral que cometió una imprudencia, por muchos matices que pueda incluirle a las dos amarilas que recibió. Las dos lo parecen.
Una en el minuto 5, otra en el 20, rumbo a la ducha antes de tiempo, además cuando el PSG ya perdía, de repente, por 0-1 en contra al borde del cuarto de hora, cuando entre Kalulu, Faivre y Le Fee desmontaron toda la estructura defensiva del conjunto parisino. Un buen gol que agitó el encuentro, aún más con la roja a Hakimi, en un extraño escenario que lo fue aún más en el 1-1: un regalo surrealista, impropio del fútbol profesional, de Yvon Mvogo.
Mientras el PSG reclamaba un penalti, aparentemente en revisión por el VAR sin la detención todavía del juego, el portero del Lorient interpretó lo contrario. Lanzó el balón al ras del suelo para golpearlo… Con Kylian Mbappe al lado. El goleador aceptó el obsequio, más listo que el guardameta, y empujó el 1-1 a la red ante la incredulidad de todos, menos la suya, consciente de que su gol no admitía ninguna duda. Era el 1-1, por muchas protestas.
La polémica reside en que, según los futbolistas del Lorient, el árbitro había pitado y detenido el juego antes. No lo pareció en la secuencia del portero con la pelota. Ni cuando charló primero por Mbappe. Ni cuando sostuvo el balón entre sus manos. Ni siquiera tampoco cuando lo soltó a ojos de su rival. Ni así el PSG espabiló. Ni con el 1-1.
Diez minutos después, con otro esperpento defensivo, dimitió de nuevo. Lo hizo frente a la jugada que trazó Faivre, que se fue de todos los que quiso, que tampoco se opusieron en exceso. Ni Verratti ni Bernat. Yongwa Ngameni transformó el 1-2. Vuelta a empezar para el París Saint Germain. Y para Mbappe, cuyo rostro resumía la sinrazón de su propio equipo. A Lionel Messi ni se le había visto en todo el primer tiempo. A los demás, tampoco. Todo nulo.
Después, el PSG se propuso reaccionar. Tampoco le dio para empatar. Sin Carlos Soler, cambiado al descanso; con Fabián Ruiz sobre el campo; después sustituido Juan Bernat; fiado todo a la inspiración, la velocidad y la pegada de Mbappe o el ingenio de Messi; con los cabezazos como el recurso más productivo en ataque -dos de Sergio Ramos y uno de Danilo Pereira, repelido con la cabeza por Mvogo- y sin alma.
Dieng perdonó el 3-1. El VAR lo anuló después otro tanto, por fuera de juego. Y finalmente lo marcó. En la ofensiva final del PSG, todos sus jugadores estaban al borde del área, con 70 metros libres para Dieng sin un solo defensor en su camino hasta Donnarumma, al que batió para sentenciar el choque.
El Lorient, el undécimo de la tabla antes del inicio de la jornada, no ganaba como visitante desde el pasado 1 de enero. Hace cuatro meses. Un dato que amplificó aún más el enésimo despropósito del líder, que será campeón, seguramente, pero cuya temporada transmite una sensación única a la espera de tal consecuencia: fracaso. Para colmo, se lesionó Nuno Mendes.