* La firma de Nicolás Flórez Parra
Charlando con unos buenos colegas en el año 2018, me metí en un lío. Se encontraron varias nacionalidades en una conversación sobre fútbol. La mayoría de ellos son europeos e imaginaban que en el tercer mundo también había ligas bien organizadas que duraban un año y en las que se jugaba dos veces con cada rival, una de local y otra de visitante. Pero no: ese sencillo formato que premia al mejor en rendimiento parece no caber en la cabeza de muchos dirigentes.
Les puse como ejemplo a Colombia y, como dicen los españoles, fliparon con el primer dato de que aquí se juegan dos ligas al año. No podían entender cómo, así que tuve que proseguir con la explicación del formato semestral: son 20 equipos, hay una primera fase en la que se enfrentan todos contra todos y no son 19 jornadas, sino dos decenas, pues hay una de mal llamados clásicos en la que se juegan los derbis.
Los ocho con mejor puntaje clasifican a una segunda fase, que en unas ocasiones es de llaves directas de cuartos de final, semifinal y final. Otras, la mayoría de veces, se hace con cuadrangulares, donde hay dos grupos de cuatro equipos con partidos de ida y vuelta y los que ganan su zona avanzan a la gran final para definir al campeón. Como aclaración final —pensando yo que era fácil de entender— les expliqué que en el segundo semestre se mantiene el calendario de la primera fase, pero invirtiendo la condición de local.
Somos la hostia
Ahí empezaron las preguntas en las que tuve que resolver asuntos como el supuesto punto invisible para las cabezas de serie de los cuadrangulares, por qué se cambiaba la dinámica de la segunda fase y la tremenda estupidez de dejar a 12 equipos eliminados con un mes más de vacaciones que aquellos que se esforzaron para luchar por el título.
Caímos en un círculo narrativo. No fue sino hasta la tercera vez que repetí la explicación del formato cuando me di cuenta de sus caras pálidas y sus ojos bien abiertos. “¡Los sudamericanos sois la hostia!”, dijo uno con la sonrisa inicial de una carcajada.
No me estaban entendiendo un carajo. ¿Y cómo juzgarlos? Es que el fútbol colombiano es una recocha, un enredo terrible. Tuve que exponerlo con ayuda de lapicero y papel. Así y todo, creo que no logré transmitirles a mis colegas con total claridad lo que esperaban. Al que sí le sirvió esa situación para dos cosas fue a mí: me hizo caer en cuenta de la locura de campeonato que se juega por aquí y desistir rotundamente de la idea de comentarles que, además, se juega una copa que reúne a los de primera y segunda división. Mucho menos iba a mencionar algo sobre la reclasificación o el descenso.
Una calamidad
En definitiva, para entender el fútbol colombiano hay que seguirlo un año entero. Más que entenderlo, me atrevería a decir que hay que padecerlo. Si la charla con mis colegas fue un enredo, otra cosa es jugarlo y es plenamente oportuno tenerle un poco de consideración a los equipos que reman tanto para quedarse muchas veces sin nada.
Eso es lo que venía sucediendo con Millonarios. Acaba de proclamarse campeón ante Atlético Nacional tras tres años de proceso de Alberto Gamero, pero durante dos años tuvo que ver cómo, después de haber hecho campañas notables en la primera fase, se le derrumbaba todo el propósito por cuenta de una mala noche o uno de los habituales pésimos arbitrajes.
Dejando por fuera dos amistosos de pretemporada, el conjunto Embajador jugó en cinco meses —del 29 de enero al 29 de junio— 38 partidos. Fueron 28 en la liga, cuatro en fases previa de Copa Libertadores y seis en el grupo de Copa Sudamericana. Eso da un partido cada 3,73 días en promedio para un equipo al que le tocó acostumbrarse a descansar en los aeropuertos.
De hecho, no celebró a plenitud el título, pues ya tenía que prepararse para viajar hacia Argentina a medirse con Defensa y Justicia. Hasta ahí llegó la aventura en Copa Sudamericana de un equipo que se vio agotado y golpeado por el desgaste físico. No va a pasar ni una semana antes de que se embarque hacia Estados Unidos para un juego de exhibición ante Atlético Nacional y otra más para que inicie la liga de nuevo en su segundo semestre. Ya Alberto Gamero advirtió que vienen días complicados para recuperar a los jugadores. Vacaciones no hay.
Todavía hay algunos insensatos que se atreven a criticar a Millonarios por esa eliminación, sin ver la idiotez de campeonato que se está jugando en Colombia y que termina mermando el nivel en las participaciones internacionales. Parece que no se dieron cuenta, entre otras cosas, de la ausencia de dos elementos importantísimos como Óscar Cortés y Leonardo Castro. No se enteraron del plan quinquenal del club, que se ha cumplido con éxitos superiores a los establecidos en 2021 y marcha con calificación notable de cara al 2025.
Van seis años de fracasos de equipos colombianos a nivel continental y no se ve por dónde pueda cambiar eso con una liga tan desorganizada. Lo peor del asunto es que para cambiar el formato se debe recurrir a la votación de los 36 clubes de Dimayor, donde la mayoría son instituciones diminutas dirigidas por personas guiadas por el signo pesos en la frente y sin propósito deportivo alguno. Como en Colombia se decidió repartir por igual los ingresos por derechos de televisión, ya se sabe que lo conveniente es atiborrar el calendario de partidos. Todo un martirio.
* * * * * * * * * *
En columnas anteriores:
- Desde el 3er mundo: clásico y derbi son cosas distintas
- Desde el 3er mundo: ¿qué diablos es el ‘trivote’?
- Desde el 3er mundo: ¿lo de Marlon Torres a Alex Valera es ‘violación’?
- Desde el 3er mundo: la campaña electoral de James Rodríguez