* La firma de Nicolás Flórez Parra
El deporte actual tiene muchas cosas por cambiar, pero no todas las modificaciones son buenas. El gran sentido de innovación y creatividad que creen tener algunos con poder de decisión está jodiendo todo. El ciclismo a nivel profesional está sufriendo de ese mal, concretamente el de ruta. Ya no hay disfrute entre etapas y competencias eternas, en las que ya hay un resultado predecible y lo inesperado termina siendo una mala sorpresa que abre la ventana a la polémica.
No hay mejor ejemplo que la Vuelta a España 2023. Es inaudito lo que ha sucedido en su estreno, en la primera etapa. Al genio que pensó que poner un horario atípico no se le ocurrió ni por un momento mirar hacia arriba. Sí, mirar el cielo antes de definir las horas de competencia era un asunto fundamental. Europa está en pleno verano, pero en Barcelona está lloviendo a cántaros. Con un tiempo despejado esa etapa alcanzaba a llegar con luz.
“Ha sido una mierda”, dijo Remco Evenepoel al término de la fracción y sí, estoy con él. Sin embargo, esa fue solamente una situación puntual que evidencia lo mal que se vienen haciendo las cosas desde la organización de cada carrera y también por parte de la Unión Ciclista Internacional (UCI). Si eso ya no había sido suficiente, la segunda etapa fue un sueño. Sí, pero no por el sinónimo de anhelo, sino de somnolencia.
Lo aburrido que fue el recorrido entre Mataró y Barcelona tuvo la mala costumbre que se ha tomado entre los pelotones de pedir que se baje el ritmo cuando hay una caída cualquiera. Claro que hay que abogar por la competencia limpia y la honorabilidad, pero lo que está sucediendo ya es una cuestión de viveza y hasta de cobardía. Gente que estaba viviendo en primera persona el remate del recorrido reportó que los ciclistas subieron a Montjuic hablando entre ellos y cagados de la risa.
¿Cómo carajos podría un deporte así, en el que no se compite, gustarle a alguien? Hasta aquí, hemos tocado varias muestras recientes, pero la realidad es que desde UCI también se han tomado unas decisiones raras. Para el caso del ciclismo colombiano el asunto empeora. Aquí la gente, de verdad, madruga con ilusión para ver una carrera de ciclismo, aun cuando ya sabe que las probabilidades de ver a un compatriota haciendo una actuación destacada son mínimas y conociendo los despropósitos de los últimos meses.
Hablamos entonces, por ejemplo, del caso de Nairo Quintana. Está vetado y parece ser porque se ganó algún enemigo indeseable. No hay más razones que expliquen cómo avalaron unas muestras dizque de “sangre seca”, extraídas sin los procedimientos estandarizados y que revelaron una sustancia (tramadol) que en ese momento ni siquiera había sido incluida por la Agencia Mundial Antidopage (AMA) en sus listas prohibidas.
Y los asuntos de Miguel Ángel Supermán López no se quedan atrás. Otro que se ganó un admirador secreto allá dispuesto a hacerle la vida cuadritos. Perseguido por puros chismes, sin ni siquiera haber dado positivo en algún procedimiento y suspendido mientras buscan cómo joderle más la vida. Ya lo sacaron de Europa y no les basta. Es que no es que estén dañando su deporte solamente, sino que se están pasado por la faja dos asuntos fundamentales de cualquier sociedad civilizada: la presunción de inocencia y el derecho al buen nombre.
¡Qué ‘mamera’ el ciclismo! No hay forma de que me pueda gustar un deporte tan flojo como el que se está presentando por estos días. Lo curioso también es que esta situación se dé con una disciplina con tan mala fama y que debería estar haciendo lo posible por recuperar su prestigio y el gusto por parte de las multitudes, pero no habrá manera por este camino. Es que el ciclismo tuvo que sacar de los registros a su máxima figura histórica por participar de una mafia organizada y avalada desde los directivos. En conclusión, Lance tuvo huevos; el ciclismo tiene mal nombre.
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