* La firma de Nicolás Flórez Parra
El fútbol inglés está escandalizado por lo sucedido con el arbitraje en el partido entre el Tottenham y el Liverpool del pasado sábado. Desde críticas constructivas, pasando por comentarios despiadados, hasta llegar a acusaciones de robo recaen sobre los responsables. Hay enojo y con toda la razón, pues se trató de un error que influyó directamente en el resultado del juego más atractivo de la jornada. Ese gol de Luis Díaz pudo haberlo cambiado todo.
He notado que el caso no solamente se ha tomado como información, sino que algunas personas lo están pasando como justificación. “Vea, allá también se equivocan”, podría ser la frase más repetida entre aquellos que de alguna manera desesperada intentan defender los arbitrajes del tercer mundo. Pues es un intento en vano.
Lo que allá, en efecto, fue un escándalo, por aquí ya es paisaje. Precisamente, en la que probablemente es la mejor liga del planeta están tan acostumbrados a que las cosas salgan bien, que un fallo de este tipo perfectamente es una causa de alopecia. Aquí, bueno, cualquier cosa. En países como Colombia el arbitraje ni siquiera está profesionalizado, así que poco se puede exigir. Esto último también se usa mucho como pretexto y casi que intentan venderle al público que los árbitros están haciendo un favor al dedicarse a esa actividad.
Si en Inglaterra se equivocaron y aun así siguen siendo mejores que en Latinoamérica, calcule cómo estamos de mal por acá. La Professional Game Match Officials Limited (Pgmol), que viene a ser el equivalente a un comité de árbitros, tardó menos de un día en hacer lo que un organismo serio debe. Admitió el error y explicó con lujo de detalles bajo qué circunstancias un error humano llevó a que la tecnología no fuera vehículo de justicia en esta situación puntual. Hasta hubo comunicación con el Liverpool para exponer lo sucedido y disculparse de algún modo.
Para quien no se ha enterado y anda por ahí hablando de que la tecnología no funciona, ha de saber que no se trató de un fallo de trazos de líneas, sino que, como casi siempre, una desconcentración de una persona causó el desastre. Darren England era quien estaba oficiando como VAR. Él procedió a analizar la acción y, al ver que Luis Díaz estaba en una posición lícita, le dijo al árbitro que la revisión estaba completa. El punto de confusión vino porque en el campo sí habían señalado el fuera de juego y en la sala VOR pensaron que en la cancha estaban esperando el chequeo para convalidar el gol.
Lo realmente extraño de todo este asunto es que el Tottenham reanuda de tiro libre y el VAR actuó como si en realidad ya no pudiese hacer nada… y sí que podía. Si se trató de un error de comunicación mío con el árbitro central, pues a mí me da mucha pena, pero yo llamo de inmediato de nuevo para remarcar la confusión y que otorguen el gol. Esas razones son las que todavía no están muy claras.
De cualquier manera, el arbitraje inglés dio lecciones. No hay que ser genio para imaginarse lo que hubiese sucedido en Latinoamérica en esa situación: hubiesen intentado ocultar el error, el involucrado seguiría asignado para un partido de la siguiente jornada y se harían excomulgar antes de admitir las fallas. En Colombia, por ejemplo, el director de la Comisión de Árbitros salió recientemente con un cuento baratísimo ante la pregunta de por qué aquí no se revelaban los audios del VAR. Argumentó que no se puede por una circular de FIFA y eso le bastó a todo el mundo. A fin de cuentas, paisaje.
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